En nuestro País es todo un misticismo y una bien arraigada
tradición, la celebración del día de muertos. Ya nuestros antepasados mexicanos
celebraban esta tradición y veneraban a los muertos como búsqueda de la vida.
También la Iglesia los recuerda.
Entre las civilizaciones mesoamericanas, como los Mexicas o
Aztecas, se creía que la muerte no era el final, sino un paso hacia un estado
mejor. Observaban cómo la naturaleza moría y volvía a la vida pero los hombres
no. Ese era el gran misterio que infundía temor y, de ese temor nace el culto a
los muertos.
A pesar de la similitud con la creencia cristiana, existen
diferencias importantes. Una de ellas es que al Mictlán van todos los muertos
sin importar cómo se portaron en este mundo (No existía el concepto de
"buenos" y "malos", por lo tanto no se trataba de premios y
castigos). Sin embargo, no todos los muertos eran iguales, muchos de ellos se
convertían en dioses, según hubiera sido su muerte. Los guerreros muertos en
combate, se convertían en aves de plumaje muy colorido, que tenían la misión de
acompañar al sol en su recorrido diario, especialmente al amanecer y en el
atardecer.
Las mujeres que morían en su primer parto, recibían el
nombre de Cihuateteo, y también tenían un lugar especial en el Mictlán, de esa
manera rendían homenaje, tanto a la guerra como a la fertilidad (no debemos
olvidar que fueron civilizaciones fundamentalmente guerreras).
Los sacrificios humanos también tenían una función ritual:
los prisioneros de guerra eran sacrificados porque pensaban que el sol
necesitaba alimentarse con sangre para que tuviera la energía necesaria y así
continuar su movimiento.
Mientras esto sucedía, los dioses se llevaban a los muertos
a un lugar al que llamaban Mictlán, que significaba “lugar de la muerte” o
“residencia de los muertos” para purificarse y seguir su camino, pero el viaje
era muy peligroso. Los muertos tenían que atravesar un río muy profundo,
escalar montañas, pelear con fieras salvajes, etc. Por eso, cuando moría una
persona era enterrada con una ofrenda, que consistía en su ropa, guaraches,
cuchillos de obsidiana, comida y bebida suficiente para el viaje, un perro que
los acompañara, y si el muerto era un personaje importante, lo enterraban con
algunos sirvientes y otras cosas necesarias. Hasta que los dioses consideraran
que habían alcanzado cierto grado de perfección.
Ellos creían que cada año regresaban (aproximadamente en la
primera semana de noviembre en nuestro calendario). En un determinado tiempo
los espíritus inferiores y superiores abrían las puertas en un día santo para
que los muertos (guerreros, asesino, ladrones, etc) salieran a cosechar algo, y
pudieran gozar. Así los familiares visitaban la urna donde habían depositado
los restos de sus muertos, hacían un camino con pétalos de flor de cempazuchitl
para que los muertos pudieran llegar al altar de ofrendas donde les ofrecían
una comida y bebida para el regreso.
Así pues, nuestra conmemoración a los fieles difuntos
comienza en un anhelo profundamente humano de la búsqueda del Dios de la vida y
de Jesús, que es el camino, la verdad y la vida, pasando de la religiosidad
natural a la piedad popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario