En esta ocasión
continuaremos hablando de los errores más comunes que como padres cometemos con
los hijos.
4. Tratar de ser el mejor amigo de
nuestro hijo.
Como todo el mundo, quiero que mis hijos me quieran. Quiero que reconozcan mis
méritos y me tengan cariño. Pero si quiero hacer bien mi trabajo, tengo que
aceptar que se enfaden y que a veces no les gusten mis decisiones. Pondrán los
ojos en blanco, se quejarán y desearán haber nacido en otra familia.
Pero, tratar de ser el mejor amigo de tu hijo solo puede llevar a una
permisividad excesiva, y a que tomes decisiones desesperadas por temor a no
contar con su aprobación. Esto no es amor, sino necesidad.
5. Entrar en una competencia por ser el mejor padre.
Todos los padres llevan algo de competitividad en las venas. Lo único que
necesitan para despertar al monstruo es que otro padre ponga a su hijo por
encima del tuyo.
Los niños tienen que esforzarse y entender que los sueños no se cumplen así
como así, que para ello tienen que trabajar y luchar. No obstante, si
fomentamos una actitud de ganar cueste lo que cueste y les permitimos que
empujen a otros niños para conseguir ser los primeros, la cosa se nos está
yendo de las manos.
Es verdad que en la adolescencia el carácter no nos parece tan importante; en
cambio, cuando somos adultos, el carácter lo es todo.
6. Olvidarnos de lo maravilloso que es ser niño.
Llegará un día en que deje de haber estampitas en el fregadero. Ya no habrá muñecos
en la bañera, ni muñecas o peluches sobre la cama, ni Mary Poppins en el DVD.
Las ventanas estarán limpias, sin huellas, y la casa estará tranquila porque los
hijos saldrán con sus amigos en vez de quedarse en el nido.
Criar a niños pequeños puede ser un trabajo duro y monótono. A veces, es tan
agotador física y emocionalmente que nos encantaría que se hicieran mayores
cuanto antes. Por otra parte, también tenemos curiosidad por saber cómo será su
crecimiento. ¿Cuáles serán sus pasiones? Como padres, esperamos poder descubrir
sus dones, para saber aprovechar sus puntos fuertes y animarles a que sigan por
la buena dirección.
Pero, cuando proyectamos su futuro,
y nos preguntamos si ese gusto por el arte le convertirá en Picasso, o si su
voz melodiosa hará de ella una Taylor Swift, podemos llegar a olvidarnos de
disfrutar de lo realmente bueno: los cuentos de antes de dormir, los pijamas de
una sola pieza, las cosquillas y los gritos de alegría. A veces, nos olvidamos
de dejar que nuestros hijos se comporten como niños y disfruten de su infancia.
La presión sobre los niños comienza demasiado pronto. Si queremos echar una
mano a nuestros hijos, tenemos que protegerles de estas presiones. Hay que
dejar que disfruten y crezcan a su propio ritmo, así que, en primer lugar, deben
explorar sus intereses sin miedo al fracaso y, en segundo lugar, no tienen que
sentirse agobiados.
La infancia es un momento de juegos
y de descubrimientos. Cuando metemos prisa a los niños, les estamos robando una
etapa inocente por la que nunca volverán a pasar.
7. Criar al hijo que queremos, y no al
que tenemos. Como padres, nos creamos una imagen propia de nuestros hijos. Esta
imagen comienza a confeccionarse en el momento del embarazo, antes incluso de
saber el sexo del bebé. En secreto, deseamos que el niño se parezca a nosotros,
pero un poco más inteligente y con más talento. Queremos ser su ejemplo, y
modelar su vida siguiendo el patrón de la nuestra.
Sin embargo, los niños suelen seguir su propio modelo y, además, desconfiguran
los nuestros. Al final, son como nunca los imaginamos. Nuestro trabajo consiste
en descubrir sus dones innatos, y en tratar de guiarlos por el buen camino.
Ante todo, inculcarles nuestros propios sueños no va a funcionar. Solo si
entendemos quiénes y cómo son, podremos tener un impacto en sus vidas.
8. Olvidar que los hechos pesan más que
las palabras.
Cómo respondemos al rechazo y a la adversidad... Cómo tratamos a los amigos y a
los desconocidos... Si me peleamos con su padre o si nos apoyamos mutuamente...
Ellos se dan cuenta de todas estas cosas. Y la actitud que ven, les da permiso para comportarse de la misma
manera.
Si quieres que tus hijos sean maravillosos, tú también tienes que aspirar a lo
mismo. Tienes que ser la persona que esperas que ellos sean.
9. Juzgar a otros padres... y a sus hijos. Independientemente de lo mucho que
difieras en la forma de educar que tienen otros padres, no es tu misión
juzgarlos. Nadie es completamente bueno ni completamente malo; todos somos un
poco de todo, todos luchamos contra nuestros propios demonios.
10. Subestimar el CARÁCTER. El carácter,
la fibra moral y una brújula interna son los cimientos que forman la base para
un futuro feliz y saludable. Esto es más importante que cualquier boletín de
notas o que cualquier trofeo que ganen.
Nadie puede exigir un carácter concreto a sus hijos, y más teniendo en cuenta
que el carácter no significa mucho a la edad de 10 o de 15 años. Los niños a
esa edad se preocupan por las recompensas a corto plazo, pero nosotros, como
padres, conocemos mejor la historia. Sabemos que lo importante con 25, 30 o 40
años no es lo largo que lanzaste una vez un balón o si fuiste animadora, sino
cómo tratas a los demás y qué piensas de ti mismo. Si queremos fomentar el
carácter, la confianza, la fuerza y la resiliencia, tenemos que dejar que los
niños se enfrenten a las adversidades y que experimenten el orgullo que se
siente al salir reforzado de una situación difícil.
Es complicado ver a nuestros hijos caer, pero a veces es necesario. En
ocasiones, hay que preguntarse si intervenir se encuentra entre las mejores
opciones. Hay un millón de formas de amar a nuestros hijos, pero, a la hora de
buscar su felicidad, conviene ser conscientes de que a veces la pena a corto
plazo será recompensada con creces por los beneficios en el futuro.